Un desvío, no es el final. Es otro camino.

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ISHVARA es el verdadero prototipo de perfección, está ciertamente muchísimo más allá del cuerpo, de la mente y de los afectos.

Empero amadísimos GNÓSTICOS, en verdad os digo, que debéis primero llegar al nacimiento Segundo, morir en sí mismos y dar hasta la última gota de sangre por la humanidad doliente.

Sólo así podéis hollar esa senda de JUAN, ese camino directo que os llevara hasta el ABSOLUTO, más allá de los hombres y los DIOSES.

No cometáis el error de aguardar que la ley de la EVOLUCIÓN os conduzca a la liberación final.

Este camino directo sólo es posible a través de incesantes REVOLUCIONES íntimas.

Ahora vosotros sois tan solo IMITATUS, debéis convertiros en ADEPTUS antes de comenzar a escalar los tres triángulos.

Los Ángeles, Arcángeles y Principados, constituyen el primer triángulo. Potestades, Virtudes y Dominaciones, personifican al segundo triángulo: Tronos, Querubines y Serafines, personifican al tercer triángulo.

Muchísimo más allá de los tres triángulos inefables está Eso que no tiene nombre. Eso que no es del tiempo, el ABSOLUTO.

El niño-pájaro

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Lo miraba fijamente como si dentro de su cuerpo hubiera algo que ella necesitaba para existir. El niño también la miraba: nunca antes había visto un pajarraco tan inmenso; bueno, una pajarraca: él siempre creía que las aves eran femeninas. Comenzaba a pensar que se trataba de una de esas alucinaciones que estaban aquejándolo desde hacía un largo tiempo y de las que su madre huía despavorida.

Cuando sus ojos estaban a punto de romperse oyó la voz de su madre que solicitaba con urgencia su presencia. Bajó las escaleras con decisión, cumplió con su madre y volvió a su habitación; la pájara ya no estaba. Dejó la ventana abierta pero no volvió a verla. Durante días enteros esperó ansioso su regreso, y cuando ya no tenía esperanzas de volver a mirarse en el fondo de sus ojos ocurrió algo que confirmaría sus sospechas.

Era de noche, su padre acababa de llegar a la casa más cansado, aterrado con el mundo y violento que nunca. El niño no recordaba haberlo visto de esa forma antes. Su ropa despedía un cúmulo de olores: “todos los bares y sitios de la ciudad se pegan a su piel”, pensó el niño. En poco tiempo empezó a golpear y destruir todo lo que se ponía en su camino. Cuando el niño supo que había llegado su turno se escabulló y subió más rápido que deprisa a su habitación.

Cerró la puerta con una violencia tímida y asustadiza y se quedó paralizado. Entonces, la vio: la inmensa pajarraca estaba parada de pie junto a la ventana. Intentó acercarse a ella pero al hacerlo ella voló hacia el sol. Y, sin saber bien cómo, el niño se vio a sí mismo surcando los aires, huyendo de esa vida que no le depararía más que lamento y tristeza.

El sol se había puesto y sus padres continuaban gritando e incendiando la casa: demasiado ocupados en sus asuntos como para pensar en ese niñito que ya se iba, que dejaba el tiempo de infancia para siempre.

En el momento de morir.

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El discípulo fue a visitar al maestro en el lecho de muerte.

– «Déjame en herencia un poco de tu sabiduría», le pidió.

El sabio abrió la boca y pidió al joven que se la mirara por dentro

– “¿Tengo lengua?”

– «Seguro», respondió el discípulo.

– «¿Y los dientes, tengo aún dientes?»

– «No», replicó el discípulo. «No veo los dientes.»

– «¿Y sabes por qué la lengua dura más que los dientes? Porque es flexible. Los dientes, en cambio, se caen antes porque son duros e inflexibles. Así que acabas de aprender lo único que vale la pena aprender.»

RESURECCION

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“Los seres vivos nacen a partir de los muertos y después de un periodo de tiempo, mueren para ser nuevamente lo de siempre: muertos”. Eso me platicó un amigo muerto.

Al hecho de existir como muertos lo llamamos: “mortal”. Igual que los vivos llaman al hecho de existir: “vivir”—me dijo.

He vivido varias veces, he poseído varias vidas, siempre han sido distintas. También he estado largos periodos muerto, y en todos esos periodos soy siempre el mismo.

Al vivir, en cada vida he interpretado un personaje distinto, las experiencias en cada vida son siempre diferentes e incomparables.

Sin embargo, al mortar recuerdo las experiencias de todas mis vidas y periodos de muerto, soy la suma de todas mis formas de existencia. Todo al nacer se olvida, durante esa vida.

He morado en la tierra, el aire, los mares y en el universo. El universo de los muertos es infinitamente más grande que el universo de los vivos, es imposible encontrar o saber como son, de muertos, aquellos seres que conocimos vivos.

Y en ese inmenso universo no hay forma de encontrar a la novia, la esposa, hijos, padres ó amigos, que tuvimos en alguna de nuestras vidas. Los muertos solo podemos reconocer a los que siguen vivos, por eso los muertos visitamos a los vivos. A los que alguna vez amamos y, a veces, a alguien que nos hizo daño cuando éramos vivos.

¿Supiste que mi hermano enloqueció?

No lo sabía—contesté. No quise saber nunca más algo sobre él, porque creo que él te mató. Nunca creí lo de tu suicidio.

Pues enloqueció—me dijo, esbozando una pícara sonrisa; y agregó: dicen que su conciencia le hablaba, que oía mi voz en las noches…

El abuelo y el nieto

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Había una vez un pobre muy viejo que no veía apenas, tenía el oído muy torpe y le temblaban las rodillas. Cuando estaba a la mesa, apenas podía sostener su cuchara, dejaba caer la copa en el mantel, y aún algunas veces escapar la baba.

La mujer de su hijo y su mismo hijo estaban muy disgustados con él, hasta que, por último, le dejaron en un rincón de un cuarto, donde le llevaban su escasa comida en un plato viejo de barro. El anciano lloraba con frecuencia y miraba con tristeza hacia la mesa. Un día se cayó al suelo, y se le rompió la escudilla que apenas podía sostener en sus temblorosas manos. Su nuera le llenó de improperios a los que no se atrevió a responder, y bajó la cabeza suspirando. Le compraron entonces una tarterilla de madera, en la que se le dio de comer de allí en adelante.

Algunos días después, su hijo y su nuera vieron a su niño, que tenía algunos años, muy ocupado en reunir algunos pedazos de madera que había en el suelo.

– «¿Qué haces?», preguntó su padre.

– «Una tartera, contestó, para dar de comer a papá y a mamá cuando sean viejos.»

El marido y la mujer se miraron por un momento sin decirse una palabra. Después se echaron a llorar, volvieron a poner al abuelo a la mesa; y comió siempre con ellos, siendo tratado con la mayor amabilidad.

Hermanos Grimm